La terra de todos / Соблазнительница. Книга для чтения на испанском языке
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– !Mi patroncita preciosa!… !Mi ni~na, que la he querido siempre como una hija!…
Conoc'ia 'a Celinda desde que 'esta lleg'o al pa'is y entr'o ella en la estancia como dom'estica. Le resultaba doloroso separarse de la se~norita, pero no pod'ia transigir m'as tiempo con el car'acter de su padre.
Don Carlos era violento en el mandar y no admit'ia objeciones de las mujeres, sobre todo cuando ya hab'ian pasado de cierta edad.
– El patr'on a'un est'a muy verde – dec'ia Sebastiana 'a sus amigas – ; y como una ya va para vieja, resulta que otras m'as tiernas son las que reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para m'i s'olo quedan los gritos y el amenazarme con el rebenque.
Despu'es de besuquear 'a la joven, mir'o Sebastiana 'a don Carlos con una indignaci'on algo c'omica, a~nadiendo:
– Ya que el patr'on y yo no podemos avenirnos, me voy 'a la Presa, 'a servir donde el contratista italiano.
Rojas levant'o los hombros para indicar que pod'ia irse donde quisiera, y Celinda acompa~n'o 'a su antigua criada hasta la puerta del edificio.
A media tarde, cuando don Carlos hubo dormido la siesta en una mecedora de lona y le'ido varios peri'odicos de Buenos Aires, de los que tra'ia el ferrocarril 'a este desierto tres veces por semana, sali'o de la casa.
Atado 'a un poste del tejadillo sobre la puerta, estaba un caballo ensillado. El estanciero sonri'o satisfecho al darse cuenta de que la silla era de mujer. Celinda apareci'o vestida con falda de amazona. Envi'o 'a su padre un beso con la punta del rebenque, y sin apoyarse en el estribo ni pedir ayuda 'a nadie, se coloc'o de un salto sobre el aparejo femenil, haciendo salir su caballo 'a todo galope hacia el r'io.
No fu'e muy lejos. Se detuvo en el lado opuesto de un grupo de sauces, donde encontr'o atado otro caballo con silla de hombre, el mismo que montaba en la ma~nana. Celinda, echando pie 'a tierra, se despoj'o de su traje femenil, apareciendo con pantalones, botas de montar, camisa y corbata varoniles. Sonre'ia de su desobediencia al
Tem'ia la posible extra~neza de otro hombre y deseaba evitarla. Este hombre la hab'ia conocido siempre vestida de muchacho, trat'andola 'a causa de ello con una confianza amistosa. !Qui'en sabe si al verla con faldas, lo mismo que una se~norita, experimentar'ia cierta timidez, mostr'andose ceremonioso y evitando finalmente nuevos encuentros con ella!…
Dej'o su traje femenil sobre el caballo que la hab'ia tra'ido y mont'o alegremente en el otro, oprimi'endole los flancos con sus piernas nerviosas, al mismo tiempo que echaba en alto el lazo atado 'a la silla, formando una espiral de cuerda sobre su cabeza.
Galop'o por la orilla del r'io, junto 'a los a~nosos sauces que encorvaban sus cabelleras sobre el deslizamiento de la corriente veloz. Este camino l'iquido, siempre solitario, que ven'ia de los ventisqueros de los Andes junto al Pac'ifico, para derramarse en el Atl'antico, hab'ia recibido su nombre, seg'un algunos, 'a causa de las plantas obscuras que cubren su lecho, dando un color verdinegro 'a las aguas hijas de las nieves.
El milenario rodar de su curso hab'ia ido cortando la meseta con una profunda hondonada de una legua 'o dos de anchura. El r'io corr'ia por esta profundidad entre dos aceras formadas con los aportes de su l'egamo durante las grandes inundaciones. Estas dos orillas desiguales eran de tierra f'ertil y suelta, pr'odiga para el cultivo all'i donde recib'ia la humedad de las aguas inmediatas. M'as lejos se levantaba el suelo, formando el acantilado amarillento de dos murallas sinuosas que se miraban frente 'a frente. La de la izquierda era el 'ultimo l'imite de la Pampa. En la orilla opuesta empezaba la meseta patag'onica, de fr'ios glaciales, calores asfixiantes, huracanes crueles y 'aspera vegetaci'on, que s'olo permite alimentarse 'a los reba~nos cuando disponen de extensiones enormes.
Toda la vida del pa'is estaba reconcentrada en la ancha hendidura abierta por las aguas que forma la l'inea fronteriza entre la Pampa y la Patagonia. Las dos cintas de terreno de sus orillas representaban miles de kil'ometros de suelo f'ertil aportado por el r'io en su viaje de los Andes al mar. En una secci'on de este barranco inmenso era donde trabajaban los hombres para elevar el nivel de las aguas unos cuantos metros, fecundando los campos pr'oximos.
Celinda daba gritos para excitar al caballo, como si necesitase comunicarle su alegr'ia. Iba al encuentro de lo que m'as le interesaba en todo el pa'is. Al seguir una revuelta del r'io se abri'o la superficie de 'este ante sus ojos, formando una laguna tranquila y desierta. En 'ultimo t'ermino, donde se estrechaban sus orillas aprisionando y alborotando las aguas, vi'o los f'erreos perfiles de varias m'aquinas elevadoras, as'i como las techumbres de cinc 'o de paja de una poblaci'on. Era el antiguo campamento de la Presa, que se transformaba r'apidamente en un pueblo. Todas sus construcciones parec'ian aplastadas sobre el suelo, sin una torrecilla, sin un doble piso que animase su platitud mon'otona.
Como la curiosidad de la joven no llegaba hasta el pueblo, refren'o la velocidad de su caballo y march'o al paso hacia unos grupos de hombres que trabajaban lejos del r'io, casi en el sitio donde empezaba 'a remontarse la llanura, iniciando la ladera de la altiplanicie correspondiente 'a la Pampa.
Estos peones, unos de origen europeo, otros mestizos, remov'ian y amontonaban la tierra, abriendo peque~nos canales para la irrigaci'on. Dos m'aquinas, acompa~nadas por el mugido de sus motores, excavaban igualmente el suelo para facilitar el trabajo humano.
Mir'o Celinda en torno 'a ella con ojos de exploradora, y volviendo su espalda 'a las cuadrillas de trabajadores, se dirigi'o hacia un hombre aislado en una peque~na altura. Este hombre ocupaba un catrecillo de lona ante una mesa plegadiza. Iba vestido con traje de campo y botas altas. Ten'ia un gran sombrero ca'ido 'a sus pies y apoyaba la frente en una mano, estudiando los papeles puestos sobre la mesilla.
Era un joven rubio, de ojos claros. Su cabeza hac'ia recordar las de los atletas griegos tales como las ha eternizado la escultura, tipo que reaparece con una frecuencia inexplicable en las razas n'ordicas de Europa: la nariz recta, la cabellera de cortos rizos invadiendo la frente baja y ancha, el cuello vigoroso. Se hallaba tan ensimismado en el estudio de sus papeles, que no vi'o llegar 'a Flor de R'io Negro.
Esta hab'ia desmontado sin abandonar su lazo. Con la astucia y la ligereza de un indio empez'o 'a marchar 'a gatas por la suave pendiente, sin que el m'as leve ruido denunciase su avance. A pocos metros de aquel hombre se incorpor'o, riendo en silencio de su travesura, mientras hac'ia dar vueltas al lazo con vigorosa rotaci'on, dej'andolo escapar al fin. El c'irculo terminal de la cuerda cay'o sobre el joven, estrech'andose hasta sujetarlo por mitad de sus brazos, y un ligero tir'on le hizo vacilar en su asiento.
Mir'o enfurecido en torno 'e hizo un adem'an para defender-se; pero su c'olera se troc'o en risue~na sorpresa al mismo tiempo que llegaba 'a sus o'idos una carcajada fresca 'e insolente.
Vi'o 'a Celinda que celebraba su broma tirando del lazo; y para no ser derribado, tuvo que marchar hacia la amazona. 'Esta, al tenerle junto 'a ella, dijo con tono de excusa:
– Como no nos vemos hace tanto tiempo, he venido para capturarle. As'i no se me escapar'a m'as.
El joven hizo gestos de asombro y contest'o con una voz lenta y algo torpe, que estropeaba las s'ilabas, d'andolas una pronunciaci'on extranjera:
– !Tanto tiempo!… ?No nos hemos visto esta ma~nana?
Ella remed'o su acento al repetir sus palabras:
– !Tanto tiempo!… Y aunque as'i sea, gringo desagradecido, ?le parece 'a usted poca cosa no haberse visto desde esta ma~nana?
Los dos rieron con un regocijo infantil.
Hab'ian retrocedido hasta donde aguardaba el caballo, y Celinda se apresur'o 'a montar en 'el, como si se considerase humillada y desarmada permaneciendo 'a pie. Adem'as,
«el gringo», 'a pesar de su alta estatura, quedaba de este modo con la cabeza al nivel de su talle, lo que proporcionaba 'a Flor de R'io Negro la superioridad de poder mirarlo de arriba abajo.