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ЖАНРЫ

La terra de todos / Соблазнительница. Книга для чтения на испанском языке
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Era un hombre de cuarenta a~nos, enjuto de cuerpo, con el pelo y el bigote algo canosos, pero conservando un aspecto juvenil. Ten'ia al andar cierto aire marcial, como si a'un vistiese uniforme, y se preocupaba de la elegancia de su indumento, 'a pesar de que viv'ia en el desierto.

Hab'ia entrado 'a caballo por la llamada calle principal, vistiendo un elegante traje de jinete y cubierta la cabeza con un casco blanco. Al ver 'a Watson ech'o pie 'a tierra para caminar junto 'a 'el, sosteniendo 'a su caballo de las riendas, al mismo tiempo que examinaba unos dibujos del americano.

– ?Y Robledo, cu'ando vuelve? – pregunt'o.

– Creo que llegar'a de un momento 'a otro. Tal vez ha desembarcado hoy en Buenos Aires. Vienen con 'el unos amigos.

El franc'es sigui'o examinando los planos del joven, sin dejar de andar, hasta que llegaron frente 'a la peque~na casa de madera que le serv'ia de alojamiento. All'i entreg'o las riendas con una brusquedad de cuartel 'a su criado mestizo, y antes de meterse en su vivienda dijo 'a Ricardo:

– Creo que s'olo nos faltan seis meses para terminar la primera presa en el r'io, y Robledo y usted podr'an regar inmediatamente una parte de sus tierras.

Continu'o Watson la marcha hacia su casa; pero 'a los pocos pasos hizo alto para responder al saludo de un hombre todav'ia joven, vestido con traje de ciudad, y que ten'ia el aspecto especial de los oficinistas. Llevaba anteojos redondos de concha, y sosten'ia bajo un brazo muchos cuadernos y papeles sueltos. Parec'ia uno de esos empleados laboriosos, pero rutinarios, incapaces de iniciativas ni de grandes ambiciones, que viven satisfechos y como pegados 'a su mediocre situaci'on.

Se llamaba Timoteo Moreno y era nacido en la Rep'ublica Argentina, de padres espa~noles. El Ministerio de Obras P'ublicas lo hab'ia enviado como representante administrativo 'a las obras de la Presa, y 'el era el encargado de pagar al contratista Pirovani las sumas debidas por el gobierno.

Despu'es que salud'o 'a Watson se di'o una palmada en la frente y quiso retroceder, mirando al mismo tiempo sus papeles.

– He olvidado dejar en casa del capit'an Canterac el cheque sobre Par'is que le entrego todos los meses.

Luego hizo un movimiento de hombros y continu'o andando junto al norteamericano.

– Se lo dar'e cuando vuelva 'a mi casa. De todos modos, no tenemos correo hasta pasado ma~nana.

Estaban frente al bengalow habitado por el hombre m'as rico del campamento, y vieron c'omo sal'ia 'este y se acodaba en la barandilla de una de las galer'ias. Luego, al reconocerlos, baj'o apresuradamente la escalinata de madera.

El italiano Enrico Pirovani hab'ia llegado 'a la Argentina como obrero diez a~nos antes, y era tenido ya por uno de los hombres m'as ricos del territorio patag'onico que se extiende desde Bah'ia Blanca 'a la frontera andina de Chile. Todos los Bancos respetaban su firma. No pasaba de los cuarenta a~nos;

llevaba el rostro afeitado; era grande y musculoso, pero empezaba 'a mostrar la blandura naciente de los organismos invadidos por la grasa. Ten'ia el aspecto del trabajador manual que ha hecho fortuna y no puede ocultar cierta tosquedad reveladora de su origen. Luc'ia numerosas sortijas, as'i como una gran cadena de reloj, y su traje siempre era flamante.

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