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ЖАНРЫ

La terra de todos / Соблазнительница. Книга для чтения на испанском языке
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– Tengo miedo de salir. Tiemblo s'olo de pensar que puedo ver 'a las mismas personas que he encontrado tantas veces en los salones, y me ser'a preciso explicarles mi conducta, sufrir sus miradas ir'onicas, sus palabras de falsa l'astima.

Call'o, para a~nadir poco despu'es con admiraci'on:

– Elena es m'as valiente. Esta ma~nana, despu'es de leer los peri'odicos, pidi'o el autom'ovil para ir no s'e d'onde. Debe estar haciendo visitas. Me dijo que era preciso defenderse… Pero ?c'omo voy 'a defenderme si es verdad que he autorizado con mi firma esos informes sobre negocios que no conozco?… Yo no s'e mentir.

Robledo intent'o en vano infundirle confianza, como en la noche anterior. Su optimismo carec'ia ya de fuerzas para rehacerse.

– Tambi'en mi mujer cree, como t'u, que esto puede arreglarse. Ella se siente tan segura de su influencia, que nunca llega 'a desesperar. Tiene en Par'is muchas amistades; le quedan muchas relaciones de familia. Se ha ido esta ma~nana jurando que conseguir'a desbaratar las tramas de mis enemigos… Por-que ella supone que tenemos muchos enemigos y esos son los que intentan perderme, buscando un pretexto en la quiebra de Fontenoy… Elena sabe de todo m'as que yo, y no me extra~nar'ia que consiguiese hacer cambiar la opini'on de los peri'odicos y la del mismo juez, desvaneciendo esas amenazas disimuladas de proceso y de c'arcel.

Se estremeci'o al pronunciar la 'ultima palabra.

– !La c'arcel!… ?Ves t'u, Manuel, 'a un Torrebianca en la c'arcel?… Antes de que eso ocurra, apelar'e al medio m'as seguro para evitar tal verg"uenza.

Y recobraba su antigua energ'ia vibrante y nerviosa, como si en su interior resucitasen todos sus antepasados, ofendidos por la amenaza.

Robledo se alarm'o al ver la luz azulenca que pasaba por las pupilas de su amigo, igual al resplandor fugaz de una espada cimbreante.

– T'u no puedes hacer ese disparate – dijo. – Vivir es lo primero. Mientras uno vive, todo puede arreglarse bien 'o mal. Con la muerte s'i que no hay arreglo posible… Adem'as, !qui'en sabe!… Tal vez no te equivocas en lo que se refiere 'a tu mujer, y ella pueda llegar 'a influir en el arreglo de tu situaci'on. Cosas m'as dif'iciles se han visto.

Al salir de la biblioteca encontr'o Robledo 'a varias personas sentadas en el recibimiento y aguardando pacientemente. El ayuda de c'amara, con una confianza extempor'anea y molesta para 'el, murmur'o:

– Esperan 'a la se~nora marquesa… Les he dicho que el se~nor hab'ia salido.

No a~nadi'o m'as el criado; pero la expresi'on maliciosa de sus pupilas le hizo adivinar que los que esperaban eran acreedores.

El suicidio del banquero hab'ia dado fin al escaso cr'edito que a'un gozaban los Torrebianca. Todas aquellas gentes deb'ian saber que Fontenoy era el amante de la marquesa. Por otra parte, la quiebra de su Banco privaba al marido de los empleos que serv'ian aparentemente para el sostenimiento de una vida lujosa.

Comprendi'o ahora que su amigo tuviese miedo y verg"uenza de ver 'a los que le rodeaban en su propia casa y permaneciese aislado en su biblioteca.

A media tarde habl'o por tel'efono con 'el. Elena acababa de regresar de su correr'ia por Par'is, mostr'andose satisfecha de sus numerosas visitas.

– Me asegura que por el momento ha parado el golpe, y todo se ir'a arreglando despu'es – dijo Torrebianca, no queriendo mostrarse m'as expansivo en una conversaci'on telef'onica.

Cerrada la noche, volvi'o Robledo 'a la avenida Henri Martin. Hab'ia le'ido en un caf'e los diarios vespertinos, no encontrando en ellos nada que justificase la relativa tranquilidad de su amigo. Continuaban las noticias pesimistas y las alusiones 'a una probable prisi'on de las personas comprometidas en la escandalosa quiebra.

Vi'o otra vez sobre una mesa de la biblioteca los mismos peri'odicos que 'el acababa de leer, y se explic'o el desaliento de su amigo, quebrantado por el vaiv'en de los sucesos, saltando en el curso de unas pocas horas de la confianza 'a la desesperaci'on. Era rudo el contraste entre su voz fr'ia y reposada y el crispamiento doloroso de su rostro. Indudablemente, hab'ia adoptado una resoluci'on, y persist'ia en ella, sin m'as esperanza que un suceso inesperado y milagroso, 'unico que pod'ia salvarle. Y si no llegaba este prodigio… entonces…

Mir'o Robledo 'a todos lados, fij'andose en la mesa y otros muebles de la biblioteca. !No poder adivinar d'onde estaba guardado el rev'olver que era para su amigo el 'ultimo remedio! …

– ?Hay gente ah'i fuera? – pregunt'o Torrebianca.

Como parec'ia conocer las visitas molestas que durante el d'ia hab'ian desfilado por el recibimiento, Robledo no pidi'o una aclaraci'on 'a esta pregunta, limit'andose 'a contestarla con un movimiento negativo. Entonces 'el habl'o de aquella invasi'on de acreedores que llegaba de todos los extremos de Par'is.

– Huelen la muerte – dijo-, y vienen sobre esta casa como bandas de cuervos… Cuando entr'o Elena 'a media tarde, el recibimiento estaba repleto… Pero ella posee una magia 'a la que no escapan hombres ni mujeres, y le bast'o hablar para convencerlos 'a todos. Creo que hasta le habr'ian hecho nuevos pr'estamos de ped'irselos ella…

Ensalzaba con orgullo el poder seductor de su esposa; pero la realidad se sobrepuso muy pronto 'a esta admiraci'on.

– Volver'an – dijo con tristeza. – Se han ido, pero volver'an ma~nana… Tambi'en Elena ha visto 'a ciertos amigos poderosos que inspiran 'a los peri'odicos 'o tienen influencia sobre los jueces. Todos le han prometido servirla; pero !ay! cuando ella est'a lejos, cuando no la ven, su poder ya no es el mismo… Le han dicho que arreglar'an las cosas, y no dudo que as'i ser'a por el momento; pero ?qu'e puede una mujer contra tantos enemigos?… Adem'as, no debo consentir que mi esposa vaya de un lado 'a otro defendi'endome, mientras yo permanezco aqu'i encerrado. S'e 'a lo que se expone una mujer cuando va 'a solicitar el apoyo de los hombres. No… Eso ser'ia peor que la c'arcel.

Y por las pupilas de Torrebianca, que mostraba 'a veces un temor pueril y 'a continuaci'on una gran energ'ia, pas'o cierto resplandor agresivo al pensar en los peligros 'a que pod'ia verse expuesta la fidelidad de Elena durante las gestiones hechas para salvarle.

– La he prohibido que contin'ue las visitas, aunque sean 'a viejos amigos de su familia. Un hombre de honor no puede tolerar ciertas gestiones cuando se trata de su mujer… Confi'e-monos 'a la suerte, y ocurra lo que Dios quiera. S'olo el cobarde carece de soluci'on cuando llega el momento decisivo.

Robledo, que le hab'ia escuchado sin dar muestras de impaciencia, dijo con voz grave:

– Yo tengo una soluci'on mejor que la tuya, pues te permitir'a vivir… Vente conmigo.

Y lentamente, con una frialdad met'odica, como si estuviera exponiendo un negocio 'o un proyecto de ingenier'ia, le explic'o su plan.

Era absurdo esperar que se arreglasen favorablemente los asuntos embrollados por el suicidio de Fontenoy, y resultaba peligroso seguir viviendo en Par'is.

– Te advierto que adivino lo que piensas hacer ma~nana 'o tal vez esta misma noche, si consideras tu situaci'on sin remedio. Sacar'as tu rev'olver de su escondrijo, tomar'as una pluma y escribir'as dos cartas, poniendo en el sobre de una de ellas:

«Para mi esposa»; y en el sobre de la otra: «Para mi madre». !Tu pobre madre que tanto te quiere, que se ha sacrificado siempre por ti, y 'a cuyos sacrificios corresponder'as y'endote del mundo antes de que ella se marche!…

El tono de acusaci'on con que fueron dichas estas palabras conmovi'o 'a Torrebianca. Se humedecieron sus ojos y baj'o la frente, como avergonzado de una acci'on innoble. Sus labios temblaron, y Robledo crey'o adivinar que murmuraban levemente: «!Pobre mam'a!… !Mam'a m'ia!»

Sobreponi'endose 'a la emoci'on, volvi'o 'a levantar Federico su cabeza.

– ?Crees t'u – dijo – que mi madre se considerar'a m'as feliz vi'endome en la c'arcel?

El espa~nol se encogi'o de hombros.

– No es preciso que vayas 'a la c'arcel para seguir viviendo. Lo que pido es que te dejes conducir por m'i y me obedezcas, sin hacerme perder tiempo.

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